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En busca de |
estelas
culturales... |
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El punto
mallorquín
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una huella dactilar de la isla
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Dibujo de su vecino
Nicolás Casellas |
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Todo empezó hace ya unos años, cuando su mujer se mostró entusiasmada ante
el regalo que les hizo una vecina y que al principio Figaro no supo
apreciar en su justa medida. Él se había limitado a dejar a un lado la
toalla bordada, pero su mujer quiso saberlo todo sobre aquella joya y a la
invitada no le quedó más remedio que calmar pacientemente su desbocada
curiosidad. Y resultó que Francisca, del Carrer Mayor de Artà, era una
verdadera virtuosa del punto mallorquín, una artesanía que las
muchachas de su generación aprendían de sus madres, como parte, por así
decirlo, de su dote. |
Y
lo que en su día fuera un trabajo ímprobo y supervisado por la exigente
mirada maternal, con el tiempo llegó a convertirse en una fuente de
creativo entretenimiento, que ayudaba a la por entonces aún aprendiz a
combatir el ajetreo y el estrés propios de las labores de la casa y la
maternidad, y a convertirlas en energía positiva. Y así ha continuado
hasta hoy. La casa de Francisca está llena de toallas, pañuelos y
manteles, fundas para sábanas, mantitas y cortinas que no pueden dejar de
admirarse y son el rastro de una pasión vital. El salón, la terraza, la
cocina, el baño... todo está aderezado con su virtuosismo. |
Y
hace tiempo que todas estas manifestaciones de artesanal habilidad han
convertido al propio Figaro en un amante del punto mallorquín, cuya
grácil ligereza se aleja inconfundiblemente de la dura rigidez de los
patrones bordados de la Península. Las líneas ondeantes con estilizados
motivos vegetales
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tulipanes de tallo largo, granadas, piñas
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se enlazan con hojas que se encumbran cual plantas trepadoras y cuyos
tallos acaban enrollados. Los motivos no varían en exceso, pero las
combinaciones entre ellos son de admirable creatividad. Y las telas se
llenan de vida con esas anchas bastas, de tonos tradicionalmente azules o
melosos, pero que desde mediados del siglo XX empezaron a incorporar todos
los colores de la paleta. |
A
estas alturas, Figaro considera el punto mallorquín como una huella
dactilar de la isla, del mismo modo que los amantes de las alfombras
orientales saben interpretar el lugar y la época de su creación a partir
de los motivos y colores de las mismas. Y espera y desea que su presencia
en Mallorca se mantenga viva durante mucho tiempo, como parte de su ADN
cultural. |
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