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De fiestas y
tradiciones... |
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Artà en el fuego de Sant Antoni |
Días antes, la ciudad de Artà celebraba ya el fuego de San Antonio. Las
vitrinas se llenaban de ideas para relacionar la ancestral dramaturgia de
la seducción con los escaparates de sus tiendas de forma pícara. |
Algo de demonio por aquí, algo de demonio por allá, al final, éstos se
encuentran en cualquier lugar en la vida cotidiana. Y en las calles,
flotaban ya los retazos de una melodía sin fin que, en los días de fiesta,
la alegre exuberancia de la gente siempre hace explotar de nuevo. |
La frívola marcha del demonio a través de las estrechas calles de la
ciudad comienza el 16 de enero, la víspera a la aparición del santo, el
momento más álgido. Fiesta popular en estado puro: una camisa blanca, un
pañuelo rojo, junto con la voluntad de dejarse llevar, son aquí
suficientes para participar plenamente… |
Tentados y atrapados también por esta dramaturgia. Nos entraron ganas de
atrevernos con un horripilantemente hermoso y apresurado baile con el
demonio, jaleados por el canto ensordecedor de la multitud. |
Por la noche, cuando la leña arde y los pequeños grupos sostienen satisfechos
sus brochetas con chorizo y tocino sobre las llamas, cuando el demonio ha
deambulado por última vez, sabemos que la tierra nos posee de nuevo. Lo nocturno
de la fiesta ha quedado atrás. |
Ante nosotros, por el contrario, la imagen de Sant Antoni
–
el
santo con la túnica sin adornos
–
quien, inmune a las tentaciones del demonio, sale al día siguiente a la calle
para bendecir a los animales del campo; cabras y ovejas, burros y caballos. Al
parecer, ese día es costumbre regresar del campo a la ciudad
–
en carros de burros y caballos engalanados y, especialmente, a lomo de un
caballo, aplaudidos frenéticamente y aclamados por los habitantes que gritan con
entusiasmo en las puertas y ventanas su «¡Visca Sant Antoni!» a su paso.
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Y
Fígaro, de repente, justo en medio de Carrer Major, sintió lágrimas de alegría
en sus ojos. Por fin, lo percibía de nuevo: el olor del establo en sus días de
infancia en la granja, ¡penetrante e inconfundible! Ni hablar de gas y polvo.
Como habitante de ciudad y turista que era, ahora, el olor de los animales le
había devuelto a su lugar de origen. Lo que había iniciado el pañuelo lo habían
concluido los animales: ¡estaba de nuevo en casa! Y ahora, sentía la emoción de
sus nuevos y más cercanos vecinos. ¡¿No era su fiesta, la fiesta de su infancia
en el campo, sus orígenes, con los que, hasta cierto punto, se identificaban en
el desfile de los animales, cuando asombrados y orgullosos había intentado
contarlos en un número interminable?! |
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